6 mar 2018

La Cruz y la Corona

"Cuarenta años de implacable endoctrinamiento católico en la docencia -que continúa recibiendo la protección de los actuales poderes públicos en lo fundamental, las subvenciones económicas y la habilitación de diplomas y títulos- han incorporado -y en considerable medida perpetuado- el pensamiento confesionalista y la vocación nacionalista de la derecha española que han nutrido el franquismo, produciendo generaciones sucesivas, nacidas después de 1936, que son insensibles -en el mejor de los casos- al debate ideológico o político, o que han asimilado -en el peor- los estereotipos de un ideario católico que destruye el juicio crítico y paraliza la mente".

  • Gonzalo Puente Ojea / La Cruz y la Corona

1 comentario:

  1. "La pólvora y el incienso", Hilari Raguer (pág. 399-400)

    «BORRACHERA DE NACIONALCATOLICISMO

    La actitud de la Iglesia española en la posguerra fue de una grave inconsciencia. Me limitaré a algunos ejemplos concretos y significativos.
    José Mª de Llanos, siendo estudiante jesuita en Granada, presenció una pintoresca visita del general Millán Astray:
    "El entusiasmo ante Millán Astray era común, y el aplauso cerrado. El decía de la pasada cruzada y sus maravillas. Un escalofrío nos sacudía a la abigarrada clericalidad juvenil. El Imperio, según el general, estaba a la mano y constituía un deber. Más de una hora con no sé cuantos gritos y aclamaciones. Había que terminar lanzando los himnos. Primero el de los legionarios; era el suyo, de él; después, brazo en alto, el Cara al sol. Pero tenía que haber más. "Ahora el de vuestro san Ignacio, el capitán; pero también brazo en alto, a lo fascista". Entusiasmo. Por último: "Y ahora, eso que cantáis, que tanto me gusta, eso del amor y no sé qué..., amor y amores... Bueno, pero ¡de rodillas!, brazo en alto". Asombro, pero satisfacción. Cerca de doscientos clérigos, incluídos algunos teólogos de más de sesenta años, se postran, alzan el brazo y, con Millán Astray como primera voz, nos arrancamos fervorosos con el Cantemos el amor de los amores... (...). A su despedida, lo acostumbrado: el teologuillo que se acerca: "Mi general, le vi una vez desde las trincheras, he hecho la guerra durante los tres años, ¡a sus órdenes!" Y Millán, que tira de la cartera y saca mil pesetas -¡de entonces!-: "Toma, para que te emborraches".»

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