2 abr 2018

La berlina de Napoleón

 "En el curso de la última batalla, una bala le hiere en el pie (...) Napoleón continúa su carrera a través de Alemania. Su coche, muy sencillo de aspecto, está comodamente dispuesto; puede dormir y reinar allí como en las Tullerías o en su tienda de campaña. Si no viaja tan rapidamente como ahora nosotros, viaja, sin embargo, más rapidamente que viajara nadie hasta entonces; en cinco días va de Dresde a Paris. Numerosos cajones contienen los uniformes, los oficios, las listas; una linterna colocada en el fondo ilumina el interior del coche; ante él cuelga un indicador de los lugares en que esperan los caballos de relevo. Cuando un correo le alcanza, Berthier, o cualquier otro dignatario, escribe enseguida sus órdenes más urgentes, y los ordenanzas se dispersan en todas direcciones para llevarlas, al galope, a su destino.

 Sólo el mameluco viaja con él, sentado en el pescante; dos postillones conducen los seis caballos, y el coche del emperador va siempre rodeado por una nube de escuderos, pajes y ordenanzas, y toda esta escolta, amontonándose cuando la vía se hace estrecha, pasa como una tromba envuelta en polvo, en el calor o en la bruma, noche y día, de tal suerte que los campesinos, atónitos, se preguntan si Satán no se ha escondido en el cuerpo del gran Napoleón. Fácilmente se pueden seguir sus huellas por el torbellino de papeles que deja tras de sí, pues no sólo los sobres y papeles inútiles, rotos en pequeños fragmentos, sino también los informes que ya no necesita, todos los periódicos y hasta los libros, que hojea rápidamente cuando tiene tiempo, vuelan por la ventanilla de su coche hasta el lodo del camino.

 Dondequiera que llegue, aunque sean las dos de la mañana, le espera un baño de agua caliente; dicta todavía hasta las cuatro, duerme hasta las siete, y luego ¡otra vez en marcha! Cuando baja del coche, cuatro ordenanzas se colocan en cuadro en torno suyo, siguiendo sus movimientos, mientras él escruta con su anteojo los alrededores; y cuando para esta inspección requiere su gran anteojo de campaña, uno de los pajes de servicio le sirve de soporte. Lo mismo en su coche, que en la tienda, que en el vivac, el mapa de las operaciones debe estar siempre desplegado ante él, y desgraciado el que no sepa al instante, señalar con el dedo el lugar que él busca. El emperador injuria y rechaza violentamente hasta el mismo Berthier, príncipe de Neuchatel. A través de todos los países y durante su vida entera, el mapa, atravesado por alfileres multicolores, iluminado de noche por una veintena de bujías, le ha seguido por todas partes; es el altar de su verdadera devoción; la patria del sin patria."

  • Emil Ludwig / Napoleón

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